“La Nona” en tiempos macristas.
La Nona lo devora todo. Nada es suficiente para ella. Es voraz, impulsiva e impiadosa. Come sin parar, sin deseo. Para la Nona parece que no existen los demás, y no sabemos si los otros no les importan o simplemente lo hace porque en su mundo no hay lugar para la comprensión de la realidad de los otros. Lo que sí sabemos es que la Nona devora todo, hasta devorarlos a todos.
“La Nona” (Roberto ‘Tito’ Cossa, 1977) tiene un argumento tan simple como duro y directo, tan dramático como grotesco. Todo transcurre en una familia popular de un barrio porteño, que se sostiene gracias al trabajo de sol a sol de Carmelo (Luciano Pérez), que vive junto a su esposa María (Liz Balut) y la hija de ambos, Martita (Edu Gaitán), la tía Anyula (Silvia Silveira) y Chicho (Diego Albamonte), hermano de Carmelo. Y, por supuesto, la Nona (Pocha Díaz), un ser querible al comienzo, pero que se va transformando en un verdadero tormento para todos los habitantes del hogar. Con un hambre insaciable, va obligando a Carmelo a trabajar cada vez más para poder satisfacer un apetito que parece no tener fin. Poco a poco ese hambre voraz va obligando a todos los miembros de la familia a trabajar, a desprenderse de sus bienes, a buscar medidas desesperadas y al límite de la razón y la moral para poder satisfacer ese apetito. Nada alcanza: ni el trabajo honesto, ni el deshonesto. Ni el obligado casamiento de la Nona con el quiosquero Francisco (Charol Araldi). Ni siquiera la prostitución de una de las integrantes de la familia puede ayudarlos. En medio de un clima de desasosiego y sufrimiento, todo termina siendo devorado, hasta llevar a la familia a la ruina. Finalmente, la única que sobrevive es La Nona, la causante del mal original cuyo apetito irracional no pudo ser satisfecho. La Nona resiste y, en la última escena, va por más.
“La Nona” es una metáfora social abierta a muchas interpretaciones. Así lo concibió Cossa cuando la escribió (hacia finales de los 70) y así puede leerse cuarenta años más tarde, en un mundo que, en varios sentidos, no cambió demasiado y, por esa razón ya es un clásico del teatro. Bien puede decirse que es un clásico porque tiene la capacidad de lograr que cada generación la reinterprete a su propia satisfacción, pero siempre de modo diferente. O, como creía Italo Calvino, nunca agota lo que tiene que decir(nos).
El autor siempre relacionó el mensaje de su obra con la dictadura que comenzaba a aplastar al país. Sin embargo, con el tiempo, y ya en democracia, comenzó a reinterpretarse libremente ese significado, y a relacionarse con la voracidad del Estado y su pulsión irrefrenable a avanzar cada vez más sobre las familias para satisfacer un apetito que nunca queda vencido. Al contrario. Siempre necesita más. Nunca menos. Hasta asfixiar a una sociedad. Si siguiéramos esta interpretación, y si la relacionáramos con la Argentina actual, podría decirse que la obra está a punto de llegar a su desenlace: “La Nona” con su hambre terminará por aplastar a la familia. Hasta el fin. Sin contemplaciones.
En tiempos de Macri y su modelo neoliberal asfixiante, “La Nona” vuelve a resignificarse y no suena descabellado establecer una analogía entre la figura de esa vieja impiadosa como causante de los tormentos que terminan destruyendo la familia, y las políticas actuales del macrismo, que están dejando una huella demoledora en su paso por la administración pública nacional. Para ser claros: la inflación imparable, la pérdida de reservas, la impericia para resolver el problema tarifario, la recesión y el alza del desempleo y la pobreza, Mauricio Macri está llevando a la ruina a la Argentina tal como la Nona llevó a la debacle a toda su familia.
En la puesta que acaba de estrenarse en el TAFS, bajo la dirección de Victoria Boveri y un elenco de lo más consagrado de las tablas rojenses, hay algunos guiños que convalidan esta interpretación, algunos claramente visibles (como el afiche promocional de la obra, que simplemente muestra un globo amarillo sobre un fondo negro); otros con pequeños gestos escénicos que, aunque parecen menores, nos dan un indicio de que esta mirada está en la cabeza de la directora. Pongamos sólo un ejemplo: en medio de la creciente desesperación de la familia Spadone, que ve cómo sus recursos van escaseando cada día, que la guita ya no alcanza para nada, ni siquiera doblegando esfuerzos o inventando trabajos para subsistir, Chicho (que apela a todos los ardides posibles para no trabajar) decide deshacerse de la Nona. Se la lleva con la promesa de comprarle pochoclos y una vez afuera la deja abandonada a su suerte, con la esperanza de perderla para siempre. La familia se reúne en torno a la mesa, preocupada. Al cabo de un rato, y cuando ya todo parecía definitivo, la Nona entra a la casa de lo más campante, con un sombrero de fiesta y un globo amarillo en una mano. Pide comida y se va a su habitación. La Nona está de vuelta, dispuesta a continuar con el saqueo.
La riqueza de esta obra, sin embargo, no se diluye solamente en esta metáfora política.
Contó Pepe Soriano (La Nona “por excelencia”, luego de su mítica interpretación en la película estrenada en 1979, bajo la dirección de Héctor Olivera) que en el momento del estreno, Cossa dijo que la metáfora de “La nona” es la muerte, porque es la única verdad absoluta y definitiva, lo demás es opinable. Y agregó: “Lo que pasa es que las metáforas se incrustan en la gente en algún lugar, porque generalmente están relacionada con cierto malestar que la gente tiene con algo, más allá de que en la obra se ríen mucho. Ahora ¿cuál es el malestar de cada uno? Qué se yo, hay tantas versiones como gente viene al teatro. Hay gente que está más ligada a la política y me dicen ‘la nona es el fondo buitre’ y es una posibilidad; otro dirá ‘yo estoy cansado de pagar réditos y pago y pago’, y también está bien”.
Podría decirse que la Nona es sí misma no existe y sólo es una metáfora, abierta a múltiples interpretaciones. Pero al mismo tiempo hablamos de un clásico, es decir, de una obra que cambia tu vida, como cambió antes la de otros. Y que además estamos frente a un grotesco, una exageración premeditada de lo humano, una reconstrucción desfigurada de la naturaleza. Entonces, para que esta amalgama funcione es necesario una puesta convincente, capaz de transmitir al espectador las innumerables sensaciones que se ponen en juego a lo largo de la obra. Esto se consigue de manera excepcional, desde la dirección de la obra (que respeta el guion original hasta la última coma) hasta las sobresalientes actuaciones, sin dejar de mencionar el
trabajo de producción, la escenografía, el vestuario, la iluminación y la musicalización, que sostienen de manera encomiosa las casi tres horas de duración de la puesta sin que se pierda la atención a la historia.
En definitiva, estamos frente a un trabajo notable, a la altura de las expectativas que puede generar este clásico del teatro argentino, reconocido mundialmente. Podemos darnos el lujo una vez más, en este Rojas pródigo en creaciones teatrales inolvidables, de disfrutar de un espectáculo de primer nivel. Y vale la pena hacerlo ahora, en estos días de cambios voraces y de invitación permanente al sálvese quien pueda. Disfrutemos antes que la Nona macrista nos termine devorando a todos.
Ficha técnica
La Nona
(Roberto ‘Tito’ Cossa, 1977)
Reparto: La Nona (Pocha Díaz), Carmelo (Luciano Pérez), Chicho (Diego Albamonte), María (Liz Balut), Anyula (Silvia Silveira), Marta (Edu Gaitán), Francisco (Charol Araldi). Música: Fernando Alurralde. Luces y sonido: Matías Blanco. Realización escenográfica: Darío Castrilli. Dirección y puesta en escena: Victoria Boveri. Asistente de dirección: Milagros Iraeta.
Próximas fechas: Viernes 30 de noviembre, Viernes 7 y 14 de diciembre. 21 horas. Sala “Charol” Araldi (TAFS)