Inspector Kelly -El Terraplén- Cap. 2
En un contexto donde los cimientos de la revolución Peronista triunfante en 1955 parecen desmoronarse después de 60 años en el gobierno, aparece semi enterrado en la base de terraplén del ferrocarril el cadaver de la compañera Nelly Vega. El Inspector Kelly debe resolver un caso que esconde mucho mas que un homicidio.
“Todos los personajes y situaciones pertenecen a la ficción”
Volví a cubrir el cadáver de Nelly Vega y me incorporé, en eso apareció Tuki, lento, apoyándose en el bastón para evitar pisar con la pierna atacada por la artrosis. El viejo comunista acababa de cumplir ochenta y seis años, tenía el pelo blanco como el marfil, un parpado medio caído a causa de una parálisis facial y la piel ajada y gastada. Arruinado y todo Tuki era un billete de 100 que la vida me había tirado, no por generosa, por soberbia nomás o por irónica.
El doctor viene conmigo le ordené corto y seco al oficial que custodiaba la zona para que lo dejara pasar. Levantó la cinta roja sin chistar. Después me puse en marcha y lo perdí.
Gracias Señora por permitirme llegar hasta acá dijo cuando llegó a la base del terraplén besándose una medallita de plata que llevaba atada con una cinta negra en la muñeca izquierda. Muchos creían que era la Virgen de Lujan y él no daba explicaciones, pero era la señora, era Eva, de un lado el logo de la Funación Eva Perón con el rostro de Eva y del otro MP grabado en letras mayúsculas “Milicias Peronistas”.
El viejo comunista había roto con el partido rojo y se había hecho peronista desde los inicios del peronismo, se opuso a marchar con sus camaradas que insólitamente vivaban a Braden, el embajador norteamericano, emblema de los opositores a Perón en las elecciones del 46. La revolución del 55 como médico ferroviario lo sorprendió en su lugar de trabajo, el ferrocarril, defendió la estación con su cuerpo, “siete balas de mi Ballester Molina 11.25 fueron suficiente para mandar a esos catalanes cagones a meterse abajo de las polleras de las gringas” me había relatado un día.
Tuki se limpió los lentes con un pañuelo, los refregó bien una y otra vez, cuando terminó yo me había recostado apoyándome en el ángulo que forma el terraplén con el terreno, el cansancio empezaba a ganarme, lo noche había sido larga y sin sueño, podía sentir el cansancio en los ojos que buscaban cerrarse. Tuki no dijo nada, se acercó al cadáver y levanto la bolsa plástica. La imagen le provocó una sensación dolorosa, pude sentirlo, hasta me pareció oírle emitir un leve quejido, casi imperceptible pero tan aterrador que me estremeció, por un instante fue como si nos arrastrara la misma ola gigante y diéramos cientos de agobiantes giros oprimidos por el agua fría y tumultuosa. Había silencio, pero se sentían gritos entre los dos.

En ese momento de entre los pajonales apareció Silvina como una vedette al abrirse el telón de una revista porteña
Tuki dejo la bolsa a un lado, tomó unas fotos y volvió a cubrir el cadáver.
En ese momento de entre los pajonales apareció Silvina como una vedette al abrirse el telón de una revista porteña. Me recordó a mi infancia cuando de entre las cañas aparecían mis primas con las patas flacas, sandalias grandes, todas pintarrajeadas y cargadas de collares que le habían sacado a la abuela. Jugaban a ser Leonor Benedetto. Silvina era la fiscal del distrito. Con dificultad caminó hacia nosotros, los zapatos punta aguja verde manzana y el vestido color plata brilloso exageradamente corto y ajustado le impedían moverse con normalidad, trastabilló un par de veces.
Tuki decidió marcharse, pasó junto a ella moviéndose de un lado a otro como un tentempié, lo seguí con la mirada, se dirigió lento hasta donde estaban las maquinarias quemadas y continúo con la cacería de imágenes.
-¿Qué haces Kelly? saludó Silvina a un par de metros míos desde la base del terraplén, no le contesté, pasé un instante en la nada, tal vez me había quedado dormido, el sueño blanco que lo llaman. Cuando la mire estaba acomodándose el pelo, después tomó la pollera de ambos lados y tiró con fuerza hacia abajo moviéndose de un lado al otro con los mismos movimientos que utilizan las víboras para arrastrase, eso lo hacía muy bien, casi natural diría. Seguí en silencio.
-Es la Nelly Vega- dijo después intuyendo que no iba a saludarla- creo que la mataron y después la enterraron y quemaron todo, encontramos el bidón con nafta debajo del puente.
-Mirá vos, ¿y estaba lleno o vacío? le pregunté aún acostado
-Vacío
-Uff, difícil matar a alguien con un bidón vacío – me burlé.
Justo en el momento que iba a mandarme a la mierda le sonó el teléfono, alcanzó hacerme un gesto señalandose el órgano femenino antes de correrse unos metros para contestar, aproveche y me saqué los zapatos, sentí el placer relajante de pisar la hierba, crucé los brazos detrás de la cabeza y cerré los ojos, en la oscuridad sentí un alivio reconfortante.
-La puta madre, todo esto va detener la obra del terraplén por lo menos 30 días – escuché que decía, al rato cuando cortó volvió maldiciendo.
-No es una obra Silvina, destruyen un monumento histórico, no hacen una obra, destruyen una obra, y una obra peronista encima – comenté relajado masticando una hierba y aun con los ojos cerrados, eso la enfureció. Agarró una rama del suelo y me azotó por las piernas.
-No me hinches las pelotas pelotudo, tengo un cadáver ahí tirado, tengo a la Nelly Vega muerta con una remera que dice “el terraplén no discrimina”, te parece que es momento para esas boludeces. Porque no te vas a cagar vos y todos esos pelotudos que defienden el terraplén. Y levántate boludo que no tengo todo el día.
Me incorporé.
-Yo tampoco tengo mucho tiempo, tengo que ir a que me maltraten a otro lado – dije entre dientes y sin que me oyera mientras me sacudía la ropa y me ponía los zapatos. Ella seguía mirándome como para asesinarme, y era capaz, camine lento hasta su lado y mire la bolsa de plástico del cadáver fijamente como para no darle ningún motivo, aún tenía la rama en la mano.
-¿Qué sentido tendría matar Nelly Vega?- pregunté en voz alta, como hablándome a mí mismo.

Silvina tenía unos ojos hermosos, grandes y luminosos, su mirada era fría y tan compasiva como una hiena
-Te digo el sentido, hay un muerto, un asesinato, vas a pedir la autopsia, vas a pedir la restricción de la zona por lo menos por 30 días y vas a detener la obra. Muy oportuno para ustedes ¿no? – Silvina tenía unos ojos hermosos, grandes y luminosos, su mirada era fría y tan compasiva como una hiena.
Aunque todo lo que decía era un mamarracho en algo tenía razón, la Nelly, la compañera Nelly Vega hasta con su muerte le había dado algo a los compañeros, le había dado treinta días más al terraplén.
Con Silvina definimos en buena forma y armonía los procedimientos de rutina para la investigación, un informe del médico forense, el análisis a la remera de la Nelly Vega, peritaje para las maquinas incendiadas, rastrillaje de la zona en busca de elementos de prueba, y restricción total para la zona de 72 horas con guardia policial. Silvina anotó todo en su cuaderno y se marchó, me quede allí arriba al lado del cadáver de Nelly Vega, la seguí un rato con la vista y vi como hablo primero con el bombero y después con el comisario. Silvina era el clásico individuo moldeado por la modernidad, todo lo que tenia se lo debía al estado peronista, su estudio, su primer trabajo como profesional, su puesto en la justicia, aun así, para ella la revolución no valía nada, era un sin sentido. Los enemigos de la revolución se apoderaban de eso para diezmar al estado peronista que tras 60 años de gobierno parecía diluirse sin demasiada resistencia, ya se lo había anticipado el Comandante Cooke desde su retiro al General Perón hace unos años atrás, “la política revolucionaria no parte de una verdad conocida por una minoría sino del conocimiento que tengan las masas de cada episodio y de las grandes líneas estratégicas” le escribió al amigo, pero General no parecía escucharlo, el peronismo no parecia escucharlo.
El comisario y dos enfermeros con una camilla tomaron forma a lo lejos. Venían por Nelly. Junto al puente, a unos veinte metros hacia la izquierda, algunas personas miraban la escena contenidos por una cinta roja. Movimiento extraños entre la muchedumbre llamaron mi atención, una comitiva de seis o siete personas que encabezaba el intendente Claudio Risso entró en escena. Me los quede observando, el intendente se abrió paso decidido entre la gente e intento pasar por debajo de la cinta para entrar en la escena del crimen. Reaccioné con furia.

el intendente se abrió paso decidido entre la gente e intento pasar por debajo de la cinta para entrar en la escena del crimen. Reaccioné con furia
-Si cruzas lagarto te hago meter preso – le grité desde allí arriba y fuera de mí me largué atravesando los pastizales con la agilidad de un gato montés. El intendente Claudio Risso se petrificó medio encorvado como si hubiese visto al mismo diablo, el mundo pareció detenerse por un instante, solo un par de gorilas se movieron como para impedirme llegar al intendente, busque en mi espalda el colt oficial automático de 8 tiros, no la tenía, me la habían quitado, igual avance preparado para cruzar al que intentara pasarse de vivo. No paso a mayores, la voz de Silvina desde un costado frenó todo.
-Claudio andá para allá – le ordenó al intendente señalándole el otro lado de la zona restringida- no podes pasar, esta área está restringida y con custodia por 72 horas para todo el mundo- terminó después en forma más tranquila pero con firmeza.
El intendente Claudio Risso retrocedió, se enderezo, y se acomodó la camisa negra que usaba arremangada por sobre los codos como un chacarero, cuando estuvo repuesto devolvió la puñalada
-Qué lindo verlos juntitos otra vez- ironizó burlón. Hubo algunas risas.
-Decile eso a tus huevos mientras podés – le retruqué enfurecido y apretando los puños suponiendo que algún alcahuete podía saltar en su defensa. Sentí la mano de Silvina tirándome para atrás, giramos, les dimos la espalda y caminamos lento hacia el centro del círculo negro donde estaba las maquinas incendiadas.
-Déjate de joder Kelly – me recriminó Silvina- vas a terminar en cana otra vez pelotudo.
-Me gusta comer mal y el olor a mugre, no te olvides que estuvimos casados -le contesté todavía con la sangre hirviendo.
-Decime una cosa infeliz, no entiendo bien, qué es lo que te enoja más, ¿Qué nos hayamos separado o que Claudio te haya metió los cuernos?
-¿Y no es lo mismo?
-No, lo segundo no podes remediarlo, lo primero sí.
-Que atrevida!- le contesté entre dientes y desaparecí.
Continuará…